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y Levantábase muy de. mañana e iba con su ma- dre a la iglesia de Jesús, donde oían con suma atención el Santo Sacrificio de la Misa. De regreso a casa tomaba un ligero desayuno y estudiaba hasta que la campana del Colegio llamaba a clase; pero indefectiblemente, antes de entrar en ella dirigiase a la iglesia de San Ignacio y visitaba a Jesús Sacra- mentado y hacía el ejercicio de la visita de altares, de la Virgen Santísima y de San Luis Gonzaga, aconsejando a sus camaradas esta misma práctica con las siguientes palabras: «Conviene anteponer estas disposiciones para la escuela». Terminada la clase volvía a casa pasando del estudio a la oración y de la oración al estudio, hasta la lección de la tar- de, a la cual acudía a veces sin haber comido por no haberse reunido la familia o por ocupaciones impre- vistas. Si la madre le invitaba a tomar algo, solía replicarla: «Madre mía, no os turbéis, por la noche comeré». En día de ayuno, a pesar de su corta edad, seguía las reglas generales de ley, diciendo: «Es tiempo de penitencia prescrita por la Iglesia y como hijos sumisos de ella debemos obedecerla». En vano su cariñosa madre ponía ante su considera- ción la edad que tenía. Contestaba inmediatamente: «Si tengo edad para pecar, mayor razón será que la tenga para ayunar». Con semejante respuesta, llena de sabiduría, dejaba atónitos a sus mismos ins- tructores. Al dirigirse al Colegio por la tarde, hacía lo propio que por la mañana, diciendo a sus compa- 3
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