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Mis Al año siguiente supo que predicaba en Penne y fué exprofeso a escucharle; y hombre acostumbrado al examen de los valores humanos, concibió tan gran concepto del misionero, que nunca en ade- lante dejó de reconocer y proclamar su santidad. ¡Ah! Los que lloramos por nuestro oficio de apóstoles, como todos los que lloran; los que sufri- mos, como todos los que sufren; los que tenemos ya bastante elevación de años para mirar el abismo de los tiempos y vemos todo el peso de los hierros que se han roto en las manos y en los pies de la mísera humanidad, no podemos menos de admirar la virtud y el heroísmo que en ciertos periodos de la historia han desarrollado algunos genios singula- res... Uno de ellos fué el inolvidable fundador de la Congregación de Misioneros. Pero su gloria no fué como el vano esplendor de un aerolito... Su memoria consagrada por una muerte perfecta y embellecida como un tallo con el traje aterciopelado de sus lustrosas flores, con los milagros con que Dios rodeó su cadáver y su tum- ba, ha aumentado en prestigio y veneración de santidad después de 1837. No vamos a relatar aquellas anécdotas y mara- villas que en sendas galeradas publicaban los pe- riódicos a raíz de su muerte. Nu recortaremos aque- llos discos luminosos que aparecieron en la Prensa de la capital de Italia y provincias al publicarse su muerte. El entusiasmo causado por sus virtudes y santi-
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