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A nal de la penitencia... Sin más motivo el extraño señor, sacó un revólver o pistola y le disparóa bocajarro un tiro al pecho sin tocarle no obstante ni en el pelo de la ropa... Refiere el apostólico varón D. Blas Valentini que como él estuviese de superior en la casa de Giano con una Comunidad de veinte personas, le faltó lo necesario para comer, y escribió al bien- aventurado fundador. Este le contestó que bendije- se las piedras y obtendría prodigios. «Le obedecí», dice el interesado, porque sabía a dónde llegaba la virtud de aquellas órdenes de Gaspar. Tenía que pagar deudas atrasadas, añade, y proveer de lo ne- cesario para el día, y contaba con solos cinco rea- les en caja; los conté delante del hermano lego, y, ¡oh sorpresa!, la bendición de las piedras había fructificado hasta sumar cincuenta y cinco reales... kk Vengamos ahora a la serie de milagros obrados por el Beato; pero no podemos detenernos en estu- diar la filosofía del milagro ni su posibilidad histó- rica, porque los que nos lean estarán de eso plena- meute convencidos y allende eso no tenemos espa- cio en este volumen para ello... Como el divino Maestro, desafiaba a estudiar sus obras para venir a la consecuencia de su mesiánica personalidad; así los santos de la Iglesia podrían retar al mundo des- creído con la palabra del Evangelio: «Operibus credite.> Z2
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