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— 334 — pasión que había cobrado hacia el prójimo de la continua meditación de la Pasión de Cristo se tra- dujo en obras de benevolencia y de misericordia que hemos recordado y que fomentaba en otras para suplir con ajena cooperación la escasez de medios materiales que le impedían llevar a hospita- les, cárceles y desgraciados todo el remedio que su compasión deseaba. La Pasión de Cristo era su libro de mayor cari- ño. Sus lecciones entrañaban para él la sabiduría más completa... Su imitación era su tesoro... Por eso, el cuadro que más impresión le hacía seguramente, era el de la Virgen con Jesucristo en los brazos. Enlazaba como dos tesoros los misterios del dolor de María y del dolor de su hijo. En sus afanosas misiones, en la visión de podre- dumbre y hediondez de la vida humana, oía el grito del judaísmo deicida: «crucifícalo». Para Gaspar, el mundo era un calvario perpetuado y todo le hacía el efecto que le podría hacer el espectáculo aquel de la condenación de Jesús. El rostro cárdeno y ensangrentado del joven nazareno del día de Viernes Santo, era su visión constante... Sí, Él es... repetía anheloso... Ese Cristo 2 quiiar de human dad condena, flagela y mata... es el mismo de la Pasión... Por eso los sermones que predicaba los preparaba a los pies del Crucificado. —Su sangre caiga sobre nosotros... Sí, que caiga, no para maldición, sino para bendición... —¿Qué crimen cometió?
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