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— 328— nos caminamos a pie descalzo, a no impedirlo una enfermedad. Como el camino fuese largo y estuvie- se por la lluvia enlodado, los pies de los dos hijos del Serafín de Asís estaban mejor para una buena jabonadura que para pisar solar ajeno. El humilde Gaspar oyó que aquellos religiosos pedían, por amor de Dios, un poco de agua para asearse. Ni corto ni perezoso, pensando hacerse un gran honor, se puso él mismo a lavarles los pies con verdadero regocijo y consolación de su alma... En los momentos solemnes de aclamación, se re- cogía en las llagas de Cristo, para no perder la ca- beza con el incienso y aura popular. A este propó- sito podemos acotar de la vida del Serafín de Asís un método eficaz de vivir entre alabanzas sin peli- gro de la humildad. Cuenta Jorgensen en su Vida, que cuando se acercaba a una ciudad, las campanas eran echadas a vuelo, las gentes salían con palomas a su encueñh- tro y lo acompañaban en gozoso cortejo hasta la casa rectoral, donde era alojado. Traíanle pan para que lo bendijera, el cual guardaban después como reliquia. Frecuentemente se escuchaba este grito tan habitual en labios italianos: Ecco el Santo (1). Los mismos discípulos encontraban excesivos aque- llos honores. Como los apóstoles habían hecho con su Maestro, a las veces le preguntaban: «¿No oyes lo que dicen esos?» Francisco solía responderles, que para él, las aclamaciones que se le tributaban (1) Celano Vita prima números 62-63. Leg. tr. s. 0. €. XIV.

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