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tal modo embridar las pasiones y domeñar los sen - tidos que no daba lugar a que se revolviesen las concupiscencias. Cuéntase que una mala hembra osó llegarse a su confesonario tentándole descara- damente aunque sin resultado alguno, porque fué lanzada de aquel sagrado lugar tan pronto como declaró su mala pasión... Con luz divina conoció la mala intención de otra que le reclamó para oirla en confesión y el Beato la rehusó negándose a escu- charla. Hemos ya dicho cómo vigilaba sobre sí mismo no tolerando que le tocase nadie, ni aun su misma madre. Sus palabras, acciones y miradas eran santa- hhente honestas; ni un juego algo libre con sus amigos, ni una palabra un poco suelta con perso- nas de otro sexo. No faltó quien le achacó de escrúpulo su reser- va y mesura en el trato con mujeres... Ni aun con su cuñada y sobrina, albergadas en casa de sus padres, hablaba fuera de la mesa, ni siquiera las veía, como queda referido. Llegó el recato al extre- mo de prohibirlas entraran en su habitación sin de- mandar permiso previo. Durante su ministerio, don- de era preciso hablar con mujeres, lo hacía de pie y con brevedad y no las recibía sino era en Jugar público... Si le era imprescindible viajar en compa- ñía de alguna mujer, prefería caminar a pie a ir en carruaje con ellas... Durante la predicación mante- nía la mirada a cierta elevación, de modo que apa- reciese «irreprensible en todo». YN) ot
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