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hey este nuevo serafín acercarse al altar al cumplir los once años de edad. Si las consecuencias brotan de las premisas y los efectos corresponden a las causas, también las gracias que se reciben deben medirse y multipli- carse, según la preparación, o sea «ex opere ope- rantis». ¿Qué cúmulo de ellas recibiría nuestro an- gelical joven tras de una tan larga y esmerada pre- paración? Aquellos afectos amorosos que mostraba en la Santa Misa. Aquella insaciable hambre y sed conque puso los labios ante los bordes del Amor Sacramentado. Aquellas mortificaciones que seña- laron sus días de educación eucarística para hacer- se más espiritual en la misma carne mortal. Aque- llos no interrumpidos coloquios en que su alma enamorada de Jesús pasaba horas enteras ante el Tabernáculo... Todo quedó copiosa y regalada- mente recompensado cuando la Divina Hostia, como Pan de Cielo, como:ascua de oro encendida tocó los labios de Gaspar y se aposentó en el lim- pio y delicado sagrario de su pecho. El manjar de los grandes. «panis grandium», como lo llamó San Agustín a la Eucaristía, culminó los sentimientos de perfección que abrigaba aquel joven estudiante, que quiso, como grande y como fuerte, emular las austeridades de los mayores santos, pará purificar y espiritualizar mejor el vaso de carne en que en adelante recibiría con frecuencia al Divino Amador. Pero como $. Bernardino.de Sena tuvo que mitigar los ardores penitenciales de Santiago de la Marca,
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