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a AS En cierta noche de Navidad pareciole que lle- vaba dos pesadas cruces a la espalda, y escribien- dó a una religiosa, le decia; «¿Será esto una ilu- sión? No lo creo; más bien se me antoja un aviso de nuevos sufrimientos...» Solía repetir que «las obras de Dios eran frutos de oraciones, lágrimas y sufrimientos». Demos remate a este asunto recor- dando unas palabras que escribía a Cristaldi, donde se reflejan las dos cosas en que brilla su fortaleza, la grandeza de las pruebas y la confianza en Dios: «A veces, le dice a su buen amigo, mi corazón quiere desmayar, pero luego pienso que Dios me quiere fuerte y digo: obraré con confianza; no te- meré nada porque mi fortaleza está en el Señor.» * ** De su templanza dan clara. muestra sus primeros ejercicios por moderar su ira y corregir sus defectos. Cuando alguna vez parecia traspasar los límites de la templanza, era cuando se trataba de defender los derechos de Dios y la causa justa; pero 'ni enton- ces se puede descubrir en él otra cosa que el senti» miento vivo de su deber y de su conciencia. Era la propia aplicación del verso davídico: «Irascimini et nolite peccare». Aquella sufrida abnegación en el destierro; aquella mudez santa en medio de penas sin quejarse lo más mínimo; aquella candidez de paloma para no querer vengarse jamás de sus Ca- lumniadores; aquel «bendito sea Dios» con que recibía las amargas pruebas, ¿qué era sino una

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