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A A a A — 304— seamos santos». ¿No veis aquí el brote expontá- neo de un caldeamiento interior que abrasaba el corazón de Gaspar?... Mas prestadle un poco de atención. De nuevo le oiréis exclamar: «¡Oh cómo es amable el Señor! Pensemos en Dios y Él pensa- rá en nosotros.» Y luego, en medio de sus trabajos de apostolado dirá a sus compañeros: «Si es tan dulce el trabajar por Dios ¿qué será el gozarle?...» Vamos notando el lenguaje de las grandes figu- ras de la santidad. ¿Pero acaso no es Gaspar una de las figuras más eminentes?... Yo no extraño que a veces hablara con tal efusión que le faltaba la respi- ración misma; fenómeno natural cuando el corazón está agobiado por un vehemente sentimiento. Su Congregación, que la amaba como la madre ama a un hijo que nació de sus entrañas y le costó angustias y dolores enexplicables... Esa su obra en que se perpetúa su espíritu como en el hijo el ser de los padres... con ser tan suya y tan amada deja- ría de amarla en el momento en que no la viese con el sello de Dios y destinada para darle mayor honor y gloria... Mas el amor de Dios no es verdadero si no se declara su amor al prójimo... si no le llevase a arrostrar penalidades y cruces por el Amado; y ahí está precisamente la fuerza y el vigor úel heróico corazón de Gaspar... Salvar las almas... Sufrir por las almas... Morir por ellas. Mientras su espíritu fervoroso repite con el profeta real: «Deus Deus meus ad te de luce vigilo» su corazón añade con el
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