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— 303— ridad que iucendía (1). Este don divino resplande- cía en Gaspar desde la más tierna infancia. Escogi- do por el Altísimo para obra de gran monta en el apostolado, desde niño decía «que era todo de Dios y para Él»... Se esforzaba en que todos le conocie- ran y amaran, y como no lo pudiese conseguir en aquel grado que colmase sus deseos, solicitaba de todos los suyos que se uniesen a él en oración para suplir esta deficiencia. Cuando se le veía cabiz- bajo y meditabundo y de pronto exhalar en la excla- mación: ¡Dios mío, amor mío!, nos recuerda al Se- rafín abrasado que en el retiro de la Porciúncula pa- saba noches enteras diciendo: «Mi Dios y todas mis Cosas». Quería verse hecho un ascua viva y que su co- razón le amase a Dios por todos los que no le amaban... A ese efecto encaminaba sus pensamien- tos y afectos; para eso se empeñaba en los más ar- duos trabajos... De ahí nacía aquel llorar las ofen- sas que se hacían al Señor... El que le quería ver amado y reverenciado como lo es en el cielo, al verle inicuamente ofendido, sentía lacerársele el corazón de amargura y de pena... Como la casa in- cendiada no puede evitar que las Jlamaradas decla- ren su interno fuego, así no podia ocultar Gaspar este su amor a Dios. Descubriósele por OJOS, TOS- tro y lengua en llanto, en suspiros, en palabras abrasadoras: «Amemos a Jesús, amemos a Dios, (1) Sicut ignis purget, urit, calefacit, illuminat, sic Spíritus Sanctus exurit peccata, purget corda, torperem excutit, ignorantias illuminat.

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