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ae tó grandes ansias de internarse en tierras de infieles para evangelizar a los turcos, con el afán piadoso de lograr la palma del martirio; y ni le faltó el deta- lle que tanto admiramos en la Virgen castellana del Carmelo, de fugarse de los paternos lares, con el propósito de conseguir más seguramente su propó- sito; sino que Dios disponía las cosas de otro modo, reservando a nuestro Beato para otras empresas que tejen su historia con hilos purísimos de oro. Por eso cuando huyó, ya resuelto a seguir su ruta apostólica, le halló un su conocido, que extrañando el ardimiento y sesgo del mozo, le hizo volver a casa. Como el espíritu de evangelización se asienta y funda en la caridad, tenía Gaspar tan profundo ca- riño a esta virtud, llamada la reina de todas, que envidiaba a los que se entregaban holgalamente a su ejercicio. Una persona constata en los «Procesos» que cuando ella, conducida por su madre, iba a los hospitales y se encontraba con el niño Gaspar, éste le envidiaba, diciendo: «Dichosa Vos, que vaís a obrar el bien; 'os ruego, por caridad, os molestcis en preguntar si se confiesan bien los enfermos, por- que, si así no lo hacen, no se salvarán.» «Y vol- viendo yo del hospital, continua la testigo, me in- terrogaba de nuevo, si había ejecutado el encargo. Acompañaba a estos sentimientos una fe ardien- te y repetía de contínuo: «Tengamos fe, tengamos te, porque sin ella es imposible salvarse.»

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