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il 30 A a AAA A AA A e — 300— primavera del alma... Asomémonos al alma de Gas- par y sorprendamos allí los misterios que obra el don de la esperanza... Aquel bello allegro de su co- razón que nunca se agota, aun en las más duras em- presas y contrariedades, obedece al don de la espe- ranza que le anima desde que sabe creer y sabe pensar en que Dios galardona largamente los servi- cios que se le hacen. De ahí nació aquel desprendimiento de las cosas humanas de los hombres y de la vida misma... Solía repetir: «tengo por nada las cosas del mundo, sola- mente pido a Jesucristo la salvación de mi alma y de los confiadós a mis cuidados, lo que espero con- seguir por los merecimientos de su Preciosa San- gre»... Como si ya hubiese gustado las dulzuras del cielo hablaba con entusiasmo y alegría de aquella patria bienaventurada deseando entrar pronto en ella. A esta deliciosa esperanza en los bienes de la eternidad exhortaba constantemente en sus sermo- nes. Si algunas veces le era preciso acentuar la nota del terror en sus misiones, inmediatamente re- cordaba la confianza que inspiran las palabras de la Escritura, haciendo que el pecador fuese inundado de una esperanza tierna en la misericordia divina... Una persona que temerosa por su salvación fué a consultar su estado con el Beato, volvió tan con- solada que no sintió más la terrible mordedura de la desesperación... En las contrariedades ponía su esperanza en Dios y aunque enfermo y achacoso de tiempo atrás,

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