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JONS: las grandes tribulaciones. «Leamos, decía; leamos aquel libro que todos saben leer». Ese libro era la Cruz... la Cruz reveladora de altos misterios, con- fortadora en giandes dolores... faro esplendente que orienta la vida y abre a la esperanza los corazones... , En su regla dejó consignado, que a la proximi- dad de la muerte de Jesús, se hiciera en las igle- sias de su Congregación una señal de campana, para recordar a los fieles que debían acompañar a Jesús en su agonía. No digamos nada de su devo- ción al Vía-Crucis... Dicho queda que al plantar la Cruz en el final de sus misiones, excitaba a los oyentes a la devoción al divino madero, que él llama con frase mística: «lecho florido», donde se engendran las virtudes». ¿Y qué decir de su ardiente entusiasmo por el Santísimo Sacramento? Delante de los altares pasa- ba muchas horas con el semblante encendido en amor... De esta veneración acendrada a la Santísi- ma Eucaristía procedía aquella diligencia esmerada en prepararse para celebrar la santa misa, que nunca dejó de celebrar mientras pudo; aquella ter- nura y cariño con que conmemoraba cada año el día de su ordenación sacerdotal, como queda di- cho; aquel encomendarse a las oraciones de los amigos para que le alcanzaran de Dios la corres- pondencia cabal a este ministerio más alto que el de los ángeles. Hubiera deseado que todos los sacerdotes estu- viesen compenetrados de su alto honor, de las res-

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