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A A ci AS TA a A A A UD — Y = guemos, decía, los castigos del Señor no han ter- minado todavía». La incredulidad de su época le arrancaba lágrimas amargas y la combatió con vehemencia insuperable. Su espíritu inflamado de luz y de fuego le hu- biera llevado a recorrer la tierra predicando la en- señanza de Cristo. Por eso tenía puesto en el cora- zón la propagación de su Instituto que ahincada- mente procuraba para que la fe de la vérdad ilumi- nase todas las tierras. Por eso también quiso tener una casa donde se aprendiesen todas las lenguas para tener a sus misioneros dispuestos a propagar la fe en todo el orbe. Esa fe que animaba toda su conducta le procu- raba aquella veneración a todo lo que reflejaba re- ligión y aquella fecundidad de frase para predicar porque escrito estaba: El que cree firmemente, ten- dra ríos de agua viva dentro de sí (1). Durante sus meditaciones del año meditaba los motivos religiosos para que se le gravaran y aden- traran más y más los sentimientos de fe como depó- sitos de su caudal predicable. Frecuentemente se le oía exclamar aquella favo- rita jaculatoria del apóstol de las Indias: ¡Oh, San- tísima Trinidad! De esa viveza de fe nacía aquella su tierna de- voción a la Sangre de Cristo. A la pasión dolorosa... cuya continua meditación robustecía su alma para (1) Qui credit... flumina de ventre ejus fluent aque vive.
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