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— 13— un avance y presagio del alto ejercicio que des- pués debía realizar. A su hermano Luis le repetía frecuentemente: «Acuérdate que mañana hemos de confesarnos». No era Luis del temple de Gaspar, y no pudiendo resistir tanta importunidad, le replica- ba: «¿Porque tú seas santo, va a ser preciso que lo seamos también los demás y a Ja fuerza?» «Si, her- mano mío, replicaba Gaspar; esta es la voluntad de Dios y en nosotros está el serlo, procurando traba- jar para agradarle»., Ya a edad conveniente, pusiéronle sus padres al estudio de las primeras letras. Nunca puso repugnancia al estudio; parecía ser su ocupación favorita, y cor la ayuda de su aplicación y con una memoria privilegiada había hecho grandes progre- sos en aquella primera etapa inicial de su carrera literaria. Pero ya en sazón para nuevos desarrollos, pasó al Colegio Romano, regido entonces por el Clero secular, donde entraron en fermentación vi- gorosa los gérmenes de su vocación apostólica. No sólo acrecentó su gusto a las ceremonias de la Iglesia, sino que además improvisaba en una silla O mesa su cátedra de predicación, hablando sobre cosas que había oído o leído, terminándola con una pública disciplina. Tenía una frase que la repetía constantemente con intensa emoción, y era: «Con- vertios, pecadores»... retrato acabado de aquel celo maravillosamente apostólico que luego se reveló, modelado en la ciencia y realidad de la cruz para santificación de las almas,.. De mayorcito manifes-

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