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E el cuerpo del bienaventurado, encomendándose a su intercesión se tragó un pedacito de cera que ar- día junto al féretro, quedándose completamente sano. Dígalo Clementina Brugiaferro que tenía un hijo tullido desde que nació y encima mudo y acercán- dolo al cadáver del Beato con animosa fe, vió que a los ocho días el hijo andaba libremente y llamaba a su madre y hermanos. Dígalo aquel joven albanés contagiado de mal peligroso y feo que entró por curiosidad en la iglesia, y al fijar sus ojos en el Beato, sintiose mo- vido a confiar en él... Vuelto a casa puso en agua un pañuelo con que había tocado el cadáver, se lavó con dicha agua y sanó perfectamente. Dígalo el pobre albañil que preparaba el hue- co de la sepultura que, sufriendo dolores reumá- ticos, quedó libre con sólo encomendarse al Beato. Dígalo... pero no es cuestión de prolongar esta parte de la historia con todo lo que ocurrió en aquellos días de exequias. Siete días estuvo inse- pulto aquel venturoso cuerpo sin molestar lo más mínimo, y al cabo de ellos se practicó otro recono- cimiento más atento y escrupuloso. En presencia de los misioneros, del Vicario general de Albano, del fiscal eclesiástico y del médico y cirujano antedi- chos, presentes también varios PP. Capuchinos, se examinó el cadáver y se encontró flexible en todas sus partes; la lengua fresca como una rosa, hume- decida por la saliva, los pelos fijos en la piel, y en 20
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