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a de la noche, el Siervo de Dios, sumergido en un gozo celestial, espiró tranquilamente»... Gaspar pudo dar la bienvenida a su «Hermana muerte» como el poverello de Asís... En sus brazos como un lirio en brazos del céfiro se movió delica- damente y fué trasplantado al «Paraíso». Era oca- sión de repetir aquí los versos de la última estrofa del cántico del sol que el Serafín de Asís añadió al oir de Bongiovanni, que moriría a últimos de Sep- tiembre o primeros de Octubre: Laudato si, Misignore, per sora nostra morte corporale da la cuale nullu homo vivente po skappare... (1) Muerte dichosa, que sólo puede compararse a un arco de triunfo que da paso a la inmortalidad segura... ¡Oh Dios! Bienaventurados los que cumplen tu santa voluntad, la muerte segunda no les hará mal (2). No olvidemos que el gran apóstol de la Pre- ciosa Sangre estaba en la muerte algo así como Jesús en el Tabor (salvadas todas comparaciones y diferencias). Estaba rodeado de dos Siervos de Dios, que fueron también aclamados por biena- venturados... Merlini y Palloti... Por eso su testi- monio es de un peso incalculable, y la dicha del Beato una recompensa anticipada de su gloriosa transfiguración en el cielo. (1) Jorgensen. Vida de S. Fr. lib. IV, cap. Vil. (2) Beati quelli Ke trovarane le tue santissime voluntati Ka la morte secunda nol farra male.
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