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OE. ás del amor y de la piedad, y aunque hubo quien le deslizara algo al oído en ese sentido... Rehusó al principio acceder al deseo de su Congregación, pero al fin, al ruego de Merlini, se llamó al notario Augusto Apolloni y se extendió un codicilo con la orden de trasladar el cadáver a la iglesia de Albano, donde quedarían hasta que la Congregación de la Preciosa Sangre tuviese residencia e iglesia propia en Roma... Esta última cláusula nos revela otro se- creto que sirvió de razón para el primer acuerdo, a saber: El deseo de quedarse cerca de los sepulcros de los principes de los Apóstoles a cuya influencia no podía sustraerse el espíritu de nuestro Beato. A poco de firmar el codicilo, empezó Merlini las preces de los agonizantes, cuando llegó a todo correr el venerable Palloti, diciendo que venía a presenciar la muerte de un santo... Entró en la ha- bitación del enfermo, arrodillose un buen rato oran- do ante las imágenes que estaban delante de la cama, y al verle ya agónico, él mismo quiso pres- tarle los últimos auxilios... Leamos lo que depuso en los procesos este venerable siervo de Dios: «Me acerqué al enfermo, y estaba ya en la última agonía. Hallábase cerca de mí el señor don Juan Merlini... Yo presté los últimos auxilios del ministerio al mo- ribundo, que estaba en perfecta tranquilidad. En el semblante-del enfermo resplandecía tanta dulzura que al mirarse todo cristianamente daba ganas "de ponerse en su lugar. Después de un cuarto de hora de mi llegada, que sería a eso de las nueve y cuarto
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