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= UM = sión de la esperanza seguro en el poder de Dios y en la tranquilidad de su conciencia. No hay criatu- ra humana por perfecta que haya sido que no haya tenido o una mala tentación o un mal pensamiento, fuera de un privilegio especial, y sólo esto ha po- dido bastar para apellidarse pecadora, siquiera fuese un Francisco de Asis o el Beato del Búfalo. La ligera nubecilla que pudo aparecer en el in- menso cielo azul del espíritu de Gaspar, se disipó tan luego como apareció... Tenía a la vista la muer- te, pero también tenía presente el premio. A una religiosa que él dirigía la previno que escogiese otro director, porque poco tiempo le quedaba a él de vida; y a un compañero le aseguró «pronto, muy pronto moriré»... Con esta clara vi. sión de su cercano tránsito, ocupose totalmente de prepararse: «Usted vaya a atender a sus cosas, dijo a un compañero; yo me quedaré aquí disponiéndo- me para la muerte». Era deseo de sus hijos el que no se moviese de Albano en su última enfermedad. También él que- ría dejar allí sus restos mortales; pero el cardenf Franzani, que se enteró de la gravedad de su mal, le ordenó se trasladara a Roma, en la confianza de que un clima más templado le pudiese favorecer. La Comunidad de Albano llevó harto pesada- mente esta determinación y trató de impedir el tras- lado. Sin embargo nada consiguió, porque Gaspar respondió que era preciso obedecer al Cardenal protector. 0! el E 7 1

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