BCCPAM000R09-1-22000000000000

— 211— Un día llegó a preguntar a un compañero en el seno de la confianza: «¿Me salvaré?» El compañero no tuvo que discurrir mucho para contestarle: «Se- ñor Canónigo, si no se salva V., ¿quién podrá sal- varse? V. tan devoto de la Preciosa Sangre... V. que promueve sus glorias... V. que funda una Congre- gación bajo el sublime estandarte de dicha adorable Sangre... Este V. tranquilo, que V. se salvará...» No le podía morder mucho el escrúpulo y miedo que le ponía Satán... Podía ser aquel como el paso de un meteoro siniestro por el cielo de un pensa- miento; por lo demás tenía pura y serena su alma y por esto, sonriente y alegre, replicó a su vez: «Jesús mío, esperanza mía, en Vos confio y espe- ro.» No que él presumiese de sus méritos y traba- jos, que en aquella misma coyuntura dijo: «Dios haga que me salve; soy un pobre pecador», sino que fiaba en el valor de la Preciosa Sangre, en cuyas regaladas ondinas de amor y misericordia acostumbraba purificarse. Hay quienes confunden estas expresiones, hijas de la humildad, con un reconocimiento positivo de culpabilidad. Creen que el decir un Siervo de Dios que verdaderamente <es un pecador» y merecedor de castigo, significa la existencia objetiva de peca- do en su alma, cuando realmente es todo lo con- trario, puesto que según el Espiritu Santo, el justo es «el primer acusador de sí mismo». Los Santos han tenido que sentir como todos nosotros los agui- jonazos y pugnas de la materia baja; pero ellos su- e recta , AN cr

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz