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7, del cielo, pasaba los días tranquilos, preparándose para la hora suprema. Rogaba que le dejasen solo para tratar mejor con su Dios... con aquel Dios de su corazón, cuyas bondades tan largamente había contado. Presentía la cercanía de la partida y estaba pronto a responder a su Criador...—«Aquí estoy, Dios mío, preparado está mi corazón...» Todo, bajo la sombra eterna le invitaba a meditar...—«Ire- mos a la Casa de la eternidad...» Sumergido en una interna dulzura de confianza, sonaba en su alma la divina voz, como la voz de una persona amiga, sin notas de misterio, sin dolo- res, ni dudas... Dejará presto el triste páramo frío y tenderá sus alas al mismo centro de su amor... Como flor que se desprende suavemente del tallo... como fruta en su madurez que se suelta lentamente del árbol que la nutrió... Así aguardaba desprender- se en los brazos de su amoroso Salvador. «Jesús y María, amores míos dulcisimos, padez- ca por vos, por vos muera, sea todo vuestro, nada mío. Dios mío, héme aquí; haced de mí lo que que- ráis...» Tales eran los suspiros de su alma santa y pura, aparejada ya para recibir el premio de sus apostólicos afanes. (9 rin DE LA SEGUNDA PARTE 0) o 0 'Y 000000000000000000000000V0VEVIVVVVOVVAVVOVVVIVDODOL Y
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