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amigos, por distracción o travesura, produjéronle en cierta ocasión algunos desperfectos en los obje- tos que formaban el altar. Sintióse Gaspar excitado a ira... pero en lugar de dejarse llevar de su ¡ npul- s0, se anonadó en la humildad, y, apaciblemente, con las manos plagadas al pecho y los ojos puestos en lo alto, como quien pide misericordia, exclamó: «Hagamos, hermanos, el servicio de Dios con per- fección y caridad...» Todavía quiso emplear nuevos medios de ven- cimiento propio para conseguir la mansedumbre de un cordero, que no son del caso referir. Xx ** En sus relaciones en el Sacramento de la Peni- tencia, trataba tan de propósito el negocio de su purificación, que salía de cada confesión como el oro del crisol, mereciendo de sus confesores y admi- radores el sobrenombre de <Querubín», Cuando apenas contaba seis años hizo su primera confesión con el Abad Marchetti, barón ilustre que mereció ser preconizado arzobispo de Ancira, quien mara- villado de los sentimientos del niño, exclamó: «Sin duda, es un Serafín el niño Gaspar, porque de otro modo no le diera Dios tales prendas y privilegios.» Sus dudas, grandes o pequeñas, eran consulta- das indefectiblemente con su P. Espiritual, a fin de no hacer nada sin obediencia. Quiso su padre llevar- le al teatro cierto día. Veíase perplejo el candoroso joven. Corrió a consultarlo, y atento y sumiso al
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