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8 mostraba ser enviado de Dios. Aunque predicó durante este año otros varios sermones, llevado más por el espíritu que por el cuerpo, fué aquella Misión de Todi como el supremo canto del cisne apostólico que veía ya cerrarse el horizonte y era como un sol que lentamente descendía sobre el mar de la muerte, donde se anegan todos los vi- vientes... Su vida se deszranaba en claridades cre- pusculares... Los años que pasaron son el puente al océano de eternidad... En su clara pupila se re- trataban las nubulosas grises de pensamientos eter- nos. El aire azul, perfumes, flores, cantos, tenían para él un color de sepultura. Aquel porte hidalgo y noble, de amable elegancia, se esftumaba y su- cumbia al conjuró de achaques, y un buril de mis- terio iba acabando allá dentro del cuerpo, la imagen de la santidad. Si miraba al mar le parecía escuchar en sus re- sonantes y bravíos rugidos la fiereza de la muerte que corta su fuerte poderío... Al través de aquel cuerpo enflaquecido y con aquellos ojos hechos a penetrar honduras, colambraba cercana ¡a silueta de su alma subiendo al monte de la eternidad. Como lámpara próxima a extinguirse dió sus úl- timos resplandores cuando en el propio año de 1836, pasados los últimos calores del verano, llegó toda- vía a poder predicar nueve veces en un solo día. Pero habiendo arribado a Nepi en su jornada após- tolica, cayó gravemente enfermo a causa de su ex- trema flaqueza y la destemplanza del tiempo, con
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