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A Ordenes monásticas que vivian fecundas y próspe- ras dentro del ambiente general del apostolado. La Congregación obedecía a un sentimiento de activi- dad y oportunidad peculiares; las reglas debían amoldarse al género de vida que su fundación se había formado. Estas reglas por otra parte, eran necesarias para perpetuar una obra que se desarrolló merced al espíritu y al impulso del Beato, en medio de con- tradicciones y trabajos. La experiencia le había en- señado que fácilmente se introducen relajaciones y se engendran discordias cuando no existe un texto vivo obligatorio, con garantías de autoridad firme, donde se regularan los derechos y deberes con limi- tación de los poderes en los de arriba y con expre- sión clara de los deberes en los de abajo. Mientras él viviese y siendo director general, la autoridad que le daba su carácter de funda- dor y el prestigio de su nombre, bastaban para solucionar toda duda. Sin embargo, hubo caso en que a un miembro del Instituto no le pareció bien alguna disposición de Gaspar, y hasta se negó a reconocer su carácter de fundador, intentando pro- vocar una escisión arrastrando al cisma a varios de lo3 misioneros y aun a todos por su voluntad, sino que no surtió efecto su pretensión cismática, aun- que para ello invocó el socorro y ayuda de perso- nas extrañas a la Congregación. Es verdad que luego se reconoció y enmendó, pero fué una buena lección para que Gaspar pensara en la aprobación

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