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A > zÓn, ganoso de multiplicar su acción y de perpetuar su espíritu en un prolongado ejercicio de misionero. Antes que llegaran las afirmaciones materialistas y las negaciones racionalistas a sus últimas conse- cuencias, quería poner el dique de su Obra popular del apostolado de la Preciosa Sangre a la invasión arrolladora de la ola negra. A fé que trabajaba para ello con valor de atleta siquiera tuviese que llorar, a veces, no ver en flo- ración sus sentimientos, ni cristalizarse sus ideas. Cuando andaba revolviendo más y más estas teorías, le venían nuevas peticiones de obreros... Esta vez es el Obispo de Macerata Feltría, quien solicita de él algunos misioneros para su diócesis. La fundación no pudo realizarse hasta el año siguiente, allá por el mes de Mayo... A esta funda- ción siguieron otras en el mismo año y con la ayu- da del cardenal Franzani, sucesor del cardenal Cristaldi en el protectorado del Instituto. En 1833, misionando en Genazzano, donde se venera la prodigiosa imagen de la Virgen del Buen Consejo, registramos el encuentro del Beato con el P. Esteban Bellirini, de los ermitaños de San Agustín. Fué aquel un encuentro de dos almas san- tas de verdad, que Dios destinaba a hallarse juntas en la apoteosis de la beatificación en el memorable día 22 de Diciembre de 1904, en que fueron eleva- dos por Pío X al honor de los altares, con univer- sal regocijo de la Cristiandad y sobre todo de la Nación italiana.
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