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e AR boneri, que fué compañero suyo en el destierro y madurado ya para empresas de aquella indole. A fines de mes recibió una carta del Papa, lla- mándole a Roma... Iban tomando cuerpo real sus sospechas, pero contestó que iría pronto; para obe- decer con más presteza hubiera ido a -pié sin espe- rar vehículo, pero además de que eso sería retardar la llegada, sufría unas fiebres por entonces que le impidieron ponerse en camino inmediatamente. De todos modos, el 6 de Febrero estaba ya en la capi- tal del mundo cristiano, y el Sumo Pontífice no tardó en darle a conocer sus pensamientos; pensa- ba enviarle como /nter-Nuncio al Brasil. Imagínese el lector qué impresión causaría en su ánimo esta terrible noticia. En una carta que re- dactó para Cristaldi se conservan los sentimientos que agitaron su corazón en aquel trance. «Si el Padre Santo le habla en sus confidencias del asun- to del Brasil, V. puede exponerle que hay en la Congregación mejores sujetos que yo que pueden desempeñar el cargo más ventajosamente... Temo pueda haber alguna persona interesada en alejarme. Sí que Dios no tiene necesidad de mí para sus altos designios, mas espero que lo que le digo no será en daño de mi alma, sino que éxpongo esto para mejor asegurarme de la divina voluntad. No me conviene de modo alguno oponerme al querer de Dios; por lo demás cúmplase en todo la divina voluntad.> Contentóse el Señor con solo el sacrificio de la
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