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- ME de S. Santidad para tranquilizar su espíritu, se sien- te animado a exponerle lo que sigue: «En la última audiencia que por gracia particu- lar se dignó: concederle V. S. al pedirle la bendi- ción nada más pretendía que avalorar el ministerio apostólico con aquellos medios que la Religión ins- pira. Habiendo podido comprender que V. S. quiere relevarle de la emprendida carrera, suplica a Vues- tra Santidad se digne hacerle feliz autorizándole a continuar en ella. Es suficiente que se quede como simple indivi- duo del Instituto para despertar en el clero laborio- sidad y decoro eclesiásticos, y por tanto está dis- puesto a ceder a cualquiera la dirección de la obra, etcétera.» Llevaba clavado como espina punzadora dentro del propio corazón este temor de que se llegara a apartarle del camino de misionero... Por muchos meses no pudo tranquilizarse. Oponíase a toda insi- nuación en ese terreno... «Yo pienso no volver más a Roma, escribía a Cristaldi; o si volviere, no ir de nuevo a ver al Papa. Quiero vivir desconocido... No hable de dignidades, ni de puestos honrosos. Amo las Misiones y el ministerio y le suplico que me ayude V. en esto.» Más tarde, habiendo llegado a conocer que Cristaldi, con objeto de autorizar el Instituto, pre- tendía hacerle obispo in partibus, volvió a escri- birle: «Ruégole que nunca jamás me hable de

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