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— 235— el sábado... Que interpele Su Santidad a los Obis- pos y Párrocos donde hemos misionado y se con- vencerá de la verdad... ¿Soy yo el reo? Entonces, ¿por qué no me llaman al orden y me castigan? ¡Pero el ministerio!.. ¡Las Misiones! ¡Oh Dios! Eclesiásticos que dejan sus casas, sus comodidades y viven en Comunidad donde nada se tiene fuera del alimento y decir que no poseen espíritu! ¡Oh, Dios! ¡Oh, monseñor mío! ¡Qué tinieblas tan espe- sas son éstas!.. Estamos en uha época verdadera- mente mala, pero confiamos en Dios, a pesar de todo... Haga el favor de contestarme, que aunque yo no lo merezco por ser muy mezquino, mas la gloria de Dios, la defensa de la inocencia y de la verdad son cosas muy hermosas, etc...» En esta carta se transparenta el estado de alma de nuestro Gaspar. Usa en las primeras cláusulas un lenguaje que refleja ciertas conversaciones de Catalina de Sena y de Rosa de Vitervo con los Pontífices... Luego entra dentro de sí y abismándo- se en su humildad, amasa la propia miseria con llanto del corazón una queja honda, dolorida, satu- rada de hieles y de ajenjos, para venir al ara de la resignación a ofrendarse en holocausto por su Con- gregación. Cristaldi, luego que hubo leído la carta, se resol- vió a afrontar el asunto, llamando a Roma al gene- roso misionero, víctima de tanta calumnia... Gaspar le contestó el 25 de Julio, prometiéndole que pronto

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