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— 232 — de 1826 estableciendo en Espoleto una residen- cia de Jesuitas, asignándoles los bienes del conven- to de San Félix, los gravaba con una pensión a favor de los sacerdotes de la Congregación bajo el título de la Preciosa Sangre. No obstante, las prevenciones contra Gaspar y sus compañeros no se agotaban, antes iban en crescendo, y el cardenal Cristaldi pudo consignar en una carta: «Por secretos juicios de Dios las cir- cunstancias han cambiado y se navega contra corriente». Confirmose dicho aserto por el caso siguiente: «Un sacerdote, misionero auxiliar, se fué aquellos días al Papa y durante la audiencia suplicó se le concediesen los privilegios de que gozaban los de la Preciosa Sangre». A esta demanda con- testó el Pontífice con semblante severo: <¿Qué, acaso los privilegios de comer carne en viernes y sábados, como ha pedido el canónigo del Búfalo? ¡Cosa harto de admirar en quien predica la peni- tencia!... Difícil se hace pensar en este reproche, salido de boca del Papa, pero el caso es que corrió de boca en boca con la rapidez del relámpago, porque en horas alborotadas de prevención, la ofuscación hace que se recojan como verídicas, insinuaciones y reparos que concuerdan con la prevención que, como idea obsidente, asedia e hipoteca toda otra reflexión. La calumnia era verdaderamente atroz porque según deposición de testigos fidedignos, Gaspar era
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