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E escribía a Cristaldi con fecha de 29 de Junio, di- ciéndole: «Le escribo para confiarle un pensamien- to mío, y es este: Entre unas y otras cosas, me veo precisado a proponer a V. (no por querer yo huir el cuerpo al trabajo, que tendría de ello escrúpulo, sino por el bien de la Congregación) que por su media- ción se presenten a S. S. tres de los mejores suje- tos, para que el Papa elija director de la Congrega- ción... Yo quisiera retirarme a San Félix de Giano, y allí, sin abandonar mis trabajos, gozaría de un poco más de calma. ¿Qué dice V. a esto? Por lo demás, si el sacrificio de mi vida sirviera para consolidar más mi Instituto, héme aquí, Señor, mi corazón está preparado. Hasta aquí, monseñor mío, hemos llevado la cruz solamente a los pies del monte Calvario; nos queda la subida de la cumbre y el morir como Cristo». Una de las hondas penalidades que hacía pro- funda mella en su ánimo era el abandono en que se tenían las fundaciones desde el punto de vista eco- nómico. Unas cuantas de ellas habían sido hechas por voluntad de Pío VII y con la consignación anual de mil escudos. Pero la dicha consignación fué letra muerta porque no se había realizado y la miseria de las Casas era grande. A lástima más que a otra cosa mueven las cartas del Beato cuando toca este punto. «Ruego a Dios, decía a Cristaldi, que pronto se dé ejecución a las disposiciones del Padre Santo, respecto a las temporalidades de estas fundaciones, para irme de sacristán a Giano. Le

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