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— 222— nuestro Beato necesitaría pasar por nuevo fuego de pruebas; para acrisolarse mejor y dar al mundo tes- timonio auténtico de la vitalidad divina que le im- pulsaba al bien, cuya más pura corona es la contra- dicción. Bien pronto, conociendo las disposiciones del nuevo Papa, arreció en los enemigos el fuego de sus disparos más implacables y certeros, por la frialdad que se sentía en las altas esferas hacia la Obra de Gaspar. Este, empero, ni decayó de ánimo ni cejó en su ministerio apostólico y en sus afanes para consolidar su Obra. Al entrar en el año 1824, año del convenio con Hannover y del famoso viaje de Lamenais a Roma, a quien León XII calificó de «talento exaltado», en- traba Gaspar en sus 38 años de edad y parecía de- berse prometer de él la causa católica una labor de mayores empeños, pero por desgracia sus continua- dos trabajos ibanle debilitando de suerte que cuando debería ser un sol en un cenit, viene a ser un astro en su Ocaso. La salvación de las almas no le permi- tía sin embargo otro descanso que el+del cielo. Por eso, aunque debilitado y a punto de eclipsarse para la vida, dió varias misiones, atento a no dejar su puesto hasta el último momento. Trabajó en la apertura de una nueva Casa en Rimini, la antigua Ariminium, lugar de la provincia de Forli, en la Marca muy cerca de las salubres brisas del Adriá- tico. Ciudad de importancia relativa por sus 43 mil
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