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= 213— poco a los hijos de aquél que fué honrado, el pri- mero en la historia, con las llagas de Jesucristo, nuestra pequeña o grande cooperación a ese inten- so movimiento de regeneración espiritual... Aduci- remos una prueba, solamente, de la devoción de nuestra Orden a la Preciosa Sangre en aquellas palabras del Doctor Seráfico, el más místico entre los devotísimos escritores de las tres Ordenes de San Francisco: «Señor, escribía en el siglo xi San Buenaventura; Señor Jesucristo, herid mi co- razón con vuestras heridas y embriagad mi alma con vuestra Sangre, a fin de que a cualquiera parte que vaya os contemple cruficado y de que todo lo que se presente ante mi vista me parezca enrojeci- do con vuestra Sangre preciosa». Después de esto, por tradición, fué filtrándose a través del tiempo en las venas de la Orden esa divina efusión de San Buenaventura... en tal grado, que al llegar a Santa Francisca de las Cinco Llagas, vemos que Dios en premio-de su devoción, le hace particionera de la Sangre divina, haciéndola gustar de la que había en el cáliz después de la consagración. En efecto, el Arcángel Rafael tomaba el cáliz del altar y lo llevaba a María Francisca, retenida en cama por dolorosa enfermedad... A este efecto, dice el Padre Bianchi, que alguna vez bebió apenas tres gotas, pero que un día bebió casi la mitad; de modo, dice, «que reconocí perfectamente la falta visible de la preciosisima sangre». Cuando la interrogué, conti- núa el P. Bianchi, me contestó: «Ay Padre, si el AA A 4 bl a A A A —Á ma a IA E i |

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