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e FA El filial afecto con que secundó los empeños del padre, radicaban en la veneración que profesó constantemente a los que le dieron el ser: pues aun siendo Sacerdote y fundador de una Congre- gación religiosa no olvidó la piadosa costumbre de besarles la mano, en señal de respetuoso acata- miento. ¡Dichosos tiempos aquéllos! ¡Dichosa edad en que los padres sabían mantener íntegros e inque- brantables los prestigios de su autoridad, y los hijos no rehusaban el reconocerlos y respetarlos como base y eje de la paz, de la tranquilidad y del orden doméstico!.. La madre, asociada al padre en el Sacerdocio de la educación de su hijo, ocupábase en infundir en su dócil y flexible corazón, de modo elocuente y perdurable, los misterios de nuestra santa y ado- rable Religión, con el amor a las virtudes y el odio a los vicios. Instruíale con la lectura de vidas de Santos, especialmente con la de San Luis Gonzaga, de quien aprendió Gaspar el amor singularísimo a la penitencia, hermanada con el candor de una pu- reza angelical, que aromaba su vida, como flor olo- rosa y delicada del mejor de los vergeles, desde la cuna al sepulcro. La penitencia asomaba en su vida en los ama- neceres mismos de la infancia, privándose de la le- che los viernes; y cuando mayor, durmiendo mu- chas noches en dura tierra sin que bebiese jamás vino, ni se regalase con manjar alguno exquisito,
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