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pa Ya tenemos declarado la particular interven- ción que tuvo Albertini en la fundación del Insti- tuto de la Preciosa Sangre. En el Obispado de Te- rracina hizo grandes cosas y murió asistido de su hijo espiritual que, aun ascendido a la Sede de la antigua Anxur, seguía prodigándole su amistad y sus consejos (1). Triste día, pues, para el gran apóstol de la Pre- ciosa Sangre el de 24 de Noviembre de 1820, en que Albertini dejaba la penosa existencia de los mortales para recibir el premio de sus virtudes. Triste día para él y para la Iglesia de la ciudad de los Volsques, cuando un prelado como Albertini dejaba el régimen de sus ovejas a la temprana edad de 49 años. ¿Cuánto no podía esperarse de él to- davía?... Si creemos al autor de una obra manus- crita, Albertini, obispo y todo, se ofreció a Dios por víctima para que viviese más largos años Gas- par del Búfalo. Habiendo conocido el santo Prela- do en el fervor de la oración que el infierno, airado contra nuestro Beato, trataba de minar su vida y de atentar contra ella, rogó a Dios que hiciera recaer sobre él la rabia del enemigo de las almas. Tal vez (1) Terracina es una ciudad pequeña de cerca 7.000 habitantes, funda- da por los Volsques sobre el canal de Portatore, a la que dieron el nom- bre de Anxur. Albertini es un apellido sonado en la historia de Italia; pues se conoce a Aníbal Albertini, médico del siglo XVI, que se especializó en los estu- dios cardiacos... Francisco Albertini, sabio anticuario del siglo XVI, cuya obra «Opusculum de mirabilibus nove et veteris urbis Roma», fué fa- mosa... José Francisco Albertini, teólogo insigne, 1732-1810, y hasta puede recordarse el literato alemán Juan Bautista Albertini, 1769-1831.

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