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AED A A i q 1 E — 182— do: «Si quereis que la Misión se reduzca solamente a simples sermones, impetrad del Señor que nos conceda a los Misioneros el don de milagros»... ¡Cuánto nos ha hecho pensar esta contestación del Beato Gaspar!.. Mil veces, antes de conocerla, habíamos discurrido casi de la misma manera, si- quiera no fuese con el mismo gigante espíritu. Mi- sión de simple recitado de piezas oratorias por bue- nas y preparadas que sean, no llega a conmover las multitudes generalmente. Todo se reduce a un mero concurso de público y a un regular éxito de confesonario, sin que las ondas de la marea de emociones pasaran de la periferia... Rara vez se nota un caso extraordinario, a no ser que intervi- niera Dios con un milagro, o cosa parecida. En nuestros días hay por otra parte profunda repulsión a estas exterioridades, y no es extraño escuchar de labios de los mismos misioneros adocenados, que las «pantomimas» de ciertos fervorosos oradores de misión no hacen otra cosa que desacreditar la fun- ción sagrada. Si les contais alguna grande conmo- ción causada por alguno de ellos, os dirán que son «paparruchas»; y no repliqueis, porque os saldrán al encuentro con un gesto despreciativo... Bien es verdad que ellos no brillarán mucho en el campo apostólico; pero son bastante sabios y entendidos para criticar y desautorizar las prácticas de misio- neros famosos. Si saben un caso en que haya resul- tado improcedente o haya sido objeto de chacota de algún bufón, tomaranlo en serio: y lo: proclama-
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