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— 1719— santo amor y nos haga a todos santos para poder repetir con el de Sales: «Si yo supiera que un pen- samiento solo de mi mente, un afecto de mi cora- zÓn, y una obra de mis manos no eran todas de Dios, no querría tener ni mente, ni corazón, ni ma- nos. En todo su memoria es para mi dulcisima. Nunca le olvidaré en mis oraciones»... Al leer esta carta, cerremos el libro y medite- mos, sobre todo nosotros, sacerdotes del Altísimo... El ambiente se nos impregna de un delicioso licor de enamorante apostolado... ¡Qué lejos estamos, sin embargo, del espíritu de Gaspar! ¡Cómo nos confunde este brillante atleta y cómo nos enseña el camino del deber ministerial!.. Aquí recuerda mi alma aquel otro grito del pecho afervorado del Se- rafín de Asís, cuando delante del Pontífice, excla- maba: «Santísimo Padre, yo no pido años, sino almas... almas...» Así hablan los iluminados, y so- bre todo, así obran... ¡Oh, sí! Verdad incomparable es que si amára- mos más a Dios, más trabajaríamos en bien de las pobrecitas almas... Antójasenos añadir, que si esta falta de amor es causa de la escasez de operarios... la prudencia humana es la enemiga mayor de las almas... Ella ata a veces y otras veces estorba el amoroso empeño del hombre apostólico. Mejor di- cho: la prudencia humana anula casi por entero al apóstol apostólico... Bien dijo San Pablo, que era enemiga también de Dios... La carta que hemos trascrito fué como un respi- 13
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