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— 171— firmes y levantados... El dolor es el taller de Dios. Sigamos, empero, la narración de los sucesos que venimos espigando en el campo inmenso de sus labores ministeriales. Pasó de Forlimpopoli a Meldola, donde se guarecía otra generación de víboras, donde había un cubil de fieras del secta- rismo, donde por lo tanto, podía esperar el Beato nuevas tentativas de muerte... pero él saludaba a la muerte como a una hermana. En efecto, aquellos mal aconsejados hijos de las tinieblas, le enviaron anónimos con amenazas mortales si llegaba a predicar. Uno de sus compa- ñeros, juzgando las cosas desde el punto de vista humano, trató de entretener al bienaventurado para estorbar fuese a Meldola, con el fin de evitar un conflicto y acaso un atentado. El varón de Dios que tenía puesta su vida por Jesucristo y por sus ovejas, no atendió a nadie nia nada, y llevado del espíritu de celo, marchó resueltamente a donde tanto peligro había. «Mi vida es Cristo y el morir por Él mi mejor galardón», diría con San Pablo... Cuando todo parecía pronosticar un conflicto temible, un éxito resonante vino a coronar la de- terminación de Gaspar... Como en la Misión de Forlimpopoli cosechó en esta de Meldola ópimos frutos que no es posible relatar con pluma humana, De esta Misión tenemos un suceso memorable en el caso de bilocación, que transcribimos aquí en la
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