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— 169— empeño, en verdad!.. Mas ya hemos visto que por triunfos alcanzados en este terreno, fué llamado jus- tamente el martillo de las sectas. Familias enteras en las que antes solo podía no- tarse un semillero de discordia y un ambiente de odios incurables, se trocaron en moradas de paz y de concordia... y tan vivo fué el reconocimiento que los ciudadanas de Forlimpopoli concibieron hacia su incomparable misionero, que hallándose éste ejerciendo su apostolado a muchas leguas de distancia, acudían a oirle predicar en gran número. Concluiremos el relato de esta gran Misión con un hecho que se lee en los «Procesos», y que trans- cribiremos con la mayor fidelidad. «Algunos hombres de pésima conducta, por no verse arrastrados a ir también a escuchar al Beato, salieron de la ciudad dirigiéndose a una casa de campo distante tres millas, Estando en ella ¡oh pasmo! oyeron los sermo- nes de Gaspar como si: hubieran estado presentes. Enfurecidos por hecho tan insólito y como quien cocea un aguijón, los sectarios mandaron cuatro sicarios con objeto de matar a los cuatro misione- ros que daban la Misión. Uno de aquellos entró en la habitación de nuestro apóstol, quien prevenido ya del intento, le preguntó qué buscaba... El sicario quedó atónito en su presencia y dichas algunas pa- labras mal articuladas, se dió a la fuga... Los otros * misioneros pudieron ser salvos igualmente por ha- bérseles imposibilitado a los enemigos su intento...
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