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— 161— relatando. Del suceso no puedo dudar, porque los efectos que produjo en las almas no a otra cosa pueden atribuirse que al Señor que, por medio de este hecho prodigioso, se propuso autorizar la pala- bra de su querido apóstol y cosechar fruto abun- dantísimo de innumerables conversiones. » Adoremos los caminos de Dios en esta coope- ración de su poder al ministerio del Beato... y en- tendamos por ahí la estima que debe hacerse de su espíritu y de su celo. Otras seis Misiones predicó en el mismo año, y entre ellas una en Anzio, de la que un compañero de fatigas hace la siguiente referencia: «Me destinó al cuidado de enfermos; y dicién- dole yo haber visto unos insectillos en la ropa de estos infelices, con objeto de animarme sin duda, me replicó: «Son perlas». «Son perlas». Estas palabras salidas de un corazón como el suyo caldeado en el amor de Dios, me reanimaron no solamente a proseguir mis tareas, sino a realizar obras naturalmente repugnantes a toda persona un poco delicada... La experiencia que yo tenía de lo que el Bezto hacía me obligaba a exclamar: «Así habla quien olvidándose de sí mismo vive de sola la caridad con el prójimo»... En el siguiente año, 1817, dió once Misiones en los Estados del Papa, donde el Pontífice máximo prevcía conatos de revolución. Pero no teme a perturbaciones humanas quien obra guiado por es- piritu divino...
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