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O — turaleza para realizar aquellas proezas que recorda- ban tanto las que él ha ya cuatro siglos realizara. Sólo asi se alcanza que Gaspar, débil de com- plexión, arrostrara tantos viajes penosisimos y difíciles; tantas contrariedades aflictivas de gran bulto; tantos peligros que tuvo que vencer para dar cima a sus planes. Porque ni le arrredraban dificul- tades, ni le desmayaban peligros, ni le ponían miedo los viajes con tal de predicar a Jesucristo, como lo había hecho su celeste protector. Relatar toda la serie de trabajos de su brillante historia apóstolica reclamaba un tomo especial. Al- go, sin embargo, hemos de decir volviendo al tema de su apostolado. Después que predicó la famosa Misión por or- den del Pontífice Pío VII, en Benevento, predica otra a principios de 1816 por insinuación del mis- mo Papa en Trosinone, retirándose después a Ro- ma por voluntad de Albertini... ¿Era aquél un alto en sus trabajos? ¿Era un descanso para sus fatigas? No... Para nuestro Beato el trabajar era descansar. Sin duda veía aquel Santo director de nuestro apóstol que la capital del mundo católico debía gozar de mejor privilegio para aprovecharse de la presencia y de los sudores de Gaspar y éste, obe- diente siempre y atento a la voluntad de Dios, se trasladó a Roma, donde permaneció varios meses predicando en diferentes iglesias, dando ejercicios a más de siete conventos de Religiosas, y atendien- do al Hospicio de Santa Galla, al cual encaminaba

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