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— 157— echó de ver el amor y la veneración que Gaspar profesaba al de Javier, fué en aquella célebre co- yuntura en que no habiendo sino una mujercilla de oyente, por ser su fiesta, predicó, no obstante, su panegírico con tanto ardor y celo como si estuvie- ra predicando a un concurso numeroso y selecto, Solía predicar también en todas las misiones una breve plática sobre las virtudes de su Santo protector y bendecia el agua en su nombre para distribuilla entre los fieles enfermos. Nunca pudo recordar a San Francisco Javier, sin sentirse honda- mente conmovido; jamás pensó en el bien que rea- lizó, sin meditar en lo que a él le quedaba por realizar. Creemos sinceramente que fué del número de sus devotos que más penetraron su genio y la extensión de sus planes apostólicos... Si por ello, le admiró la historia, también por eso Gaspar ve- neró su nombre. Su memoria hacía vibrar el cora- zón del gran apóstol de la Preciosa Sangre... Los grandes Santos no mueren; viven por la influencia de sus ideas y de sus ejemplos. Javier había como resucitado en Gaspar... ¿Por qué Javier y no otro de aquellos intrépidos conquistadores de almas, como Santo Toribio, Arzobispo de Lima, que andu- vo más de cinco mil doscientas leguas a pie, gehe- ralmente y por terrenos asperisimos y escabro- sos? (1) ¿Por qué no los Martín de Torres y Pe- dro Claver, u otro de los evangélicos obreros de pasadas épocas? Nosotros, a fuer de españoles, (1) Vida de Santo Toribio, por el P. Berengier, pág. 80.
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