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Ep A otra parte de una moralidad edificante, duermen en la pereza más completa, por aquello de que «nada se consigue con trabajar en su parroquia». Las Congregaciones, Misiones y Ejercicios son para ellos cosas de poco fuste. Lo que les ocurre indi- vidualmente y a lo que son inclinados por tempe- ramento, merece para ellos atención y cuidado, y como tal vez eso que les ocurra entraña una inac- tualidad profunda, no hace efecto. De ahí sacan en consecuencia que todo es inútil. Que todo es tiem- po perdido... Que sólo se buscan novedades... Y entre tanto, la viña de las almas queda sin cultivo, a merced de la apatía y de la indiferencia más su- pina. Habrá un nucleo de personas fervorosas, que dispuestas a trabajar por el bien de todos, se atre- verán a insinuar delicadamente lo que convendría hacer. Nada se consigue. Abroquelado en su sujeti- vismo trasnochado, toda iniciativa ajena es desecha- da como un despropósito... Si no fuese el caso de- masiado sensible, podría dejarse de consignar, pero desde el punto de vista del celo de las almas, todo eso es una dejación de deberes, si por ventura no llega a ser una apostasía verdadera de su ministe- rio pastoral... No por amor a la novedad hemos de aceptar lo nuevo y útil que se presente practicable; pero si las almas se aprovechan de eso nuevo y tal vez ello es una exigencia de la evolución de los tiempos y de los usos, ¿por qué no acordarse de que no todo lo viejo es santo ni todo lo santo es viejo? ¿Por qué parapetarse en que «todo es inútil»,

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