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— 145— Ni por ocuparse de los hombres abandonó nues- tro bienaventurado la suerte de las mujeres... Pero la mujer lleva en su corazón el tesoro de la fe más vivo y ardiente. La mujer, como menos razonadora y más humilde, se acompaña más cariñosamente con todo lo que dice religión. ¡Qué serian las muje- res sin Religión! ¡Y qué sería la Religión sin las mu- jeres! No que dependa de ellas la consistencia dog- mática y moral de la Religión, pero sí que su con- ducta favorece y secunda la vitalidad de las prác- ticas piadosas. Al cabo, ellas están más obligadas que el hombre en cierto sentido al agradecimiento hacia el principio libertador de Jesucristo... Pero todavía veía el Beato, que para muchas mujeres la Religión suele ser un como gimnasio de la belleza y de las modas. No todo es gratitud, no todo es amor para el Amable Salvador... La mayor parte de los hombres aprenden en la Religión el lenguaje del co- razón... En cambio, la mayor parte de las mujeres aprenden en el corazón el lenguaje de la Religión... Este lenguaje sobre todo está escrito en el corazón de las madres, y por eso el empeño del grande apóstol en formar las madres. La madre que cuida . más de investigar el origen o procedencia del bra- zalete de la actriz o la botonadura de un actor, no entenderá este pensamiento. ¿Sabrán desembarazar su vida sin representar un drama doméstico? ¿Sa- brán vivir sin convertir la vida en un sainete,.: tal vez en una tragedia? El. afán del Beato por hacer comprender a la
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