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— 142— gión, la falta de entusiasmo por todo lo. religioso... la vergilenza en declararse francamente adicto a las prácticas religiosas... Ello es que se muestra generalmente esquivo a todo lo que supone vida religiosa y aun a la ins- trucción religiosa. Conténtase el hombre con un concepto super- ficial y epidérmico de la fe que profesa, y no sólo corre grave riesgo de caer en el vicio de la super- ficialidad de creencias, sino en el peligro verdade- ro de perder la fe, a causa de aquella ignorancia que se suma, a su orgullo y a su sentimiento de fuerza. Como juguetean ellos con las ideas, juguetea el demonio con ellos, y aun más de una vez el hom- bre que tuvo una educación esmerada, ve pronto desflorado y estropeado su caudal ideológico cris- tiano, y lo que ayer era para él un dogma, es hoy una miserable preocupación... En una misma déca- da se notan alguna vez contradicciones chocantes, porque la lectura, el ambiente y las despreocupa- ciones han conducido al hombre a unas consecuen- cias que jamás hubiera sospechado fueran concilia- bles con sus primeros principios... Nos equivocaríamos si siempre achacásemos a mala fe esas singulares anomalías... Al hombre le hace falta mayor coritacto con la verdad y necesita que se le haga respirar el oxigeno de la religión, creando en derredor suyo instituciones como. los Oratorios nocturnos, que, siendo creaciones para solo ellos, tienen mayor capacidad atractiva y me-

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