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mente consolador y bastante para inspirarles el más suave optimismo, la más tierna esperanza: verán a un sacerdote de humildes condiciones, con poca salud, si bien de buen ingenio, en Roma, en el siglo XIX, echar las bases de una Congregación de Misioneros. Calumniado, motfado, burlado, perseguido por los ma- los y más aun por los buenos, contrariado hasta por perso- najes insignes de la Corte Pontificia, logra sin embargo realizar su apostolado, convierte con su predicación y ejemplo a pueblos de distintas regiones, consolida los ci- mientos de su Institución, multiplica sus colaboradores, funda casas, dicta reglas, y muere en temprana edad de- jando testimonios irrecusables y documentos de ta: ex :el- sa virtud y santidad, que antes de los cien años, en 1904, la Romana Iglesia, por boca del augusto Pontifice Pis X, le decreta los honores del altar y le coloca oticialmente en el número de los Bienaventurados. ¿Dónde habrá ejemplo más típico, más asequible, más consolador? José Caraffi. Cáceres, Marzo 1919. Puesto por delante el hermoso Prólogo del Sr. Caratti, sólo nos resta declarar que hubiéramos deseado dar a este trabajo el tinte luminoso y la unción cálida que a nosotros nos produjo el ma- nuscrito del R. P. Della Vecchía. Era el B. del Búfalo desconocido de la mayor parte de los españoles; viene ahora a sumarse a esa galería de bienaventurados que con tanto fruto lee la juventud hispana. Si en nuestra patria existe todavía sin expiación el pecado de sangre, de que nos hablaba el eminente políglota Menéndez y Pelayo, este «apóstol de la
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