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— 131— trinal sobre la confesión y comunión, a la que seguía inmediatamente el sermón moral que estaba siempre a cargo de nuestro Beato, durante el cual se revelaba tan caldeado y vehemente como su es- espíritu estaba, terminando el discurso con un acto fervoroso de contrición repetido, por todo el pueblo en voz alta. Con la bendición del Santísimo Sacramento se despedía a la gente, que iba rezando el santo rosario. Como acto imponente y de verdadera eficacia era la salida que hacían los misioneros antes de oscurecer y ostentando el Crucifijo... Recorrían la ciudad cantando estrofas relativas al sermón pro- nunciado por la tarde, y en la plaza o sitio central se improvisaba una tribuna para hacer emocionan- tes fervorines que no pocas veces motivaban ruido- sisimas conversiones. De allá volvían a la iglesia, y un misionero, compendiando la máxima del día, ex- citaba a todos a bien vivir... Cuando todo esto terminaba, retirábanse los Padres al lugar de su hospedaje, continuando allí oyendo las confesiones de hombres que llevados de respeto humano no se atrevían a presentarse en el confesionario de la iglesia. Un detalle causaba en la Misión un estupor in- quietante. Durante el sermón de la máxima practi- caban los misioneros la disciplina pública, lo mismo que en las procesiones de penitencia. Gentes de to- das partes acudían a ver este acto llenos de devo- ción y de espanto. 10
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