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— 123 — en su natural desparpajo (1). No lo hacía así el in- signe apóstol! de la Preciosa Sangre; y de ahi nació aquel su amor al estudio, y de eso provenía su po- derosa oratoria: «quisquis enim divini verbi spiri- tum et robur eloquendo refert, ille non loquitur in sermone tantum sed et in virtute et in Spiritu Sancto et in plenitudine multa» (2). El clero, que como más entendido y preparado podía apreciar mejor su labor, le oía siempre con gusto y notaba en la parafrasis de algunos Salmos, no sólo su caudal bíblico sino también la viveza de su ingenio y la facilidad conque acomodaba el sen- tido de los textos el argumento que traía entre manos. Pero con tal destreza desarrollaba sus tesis que aun ocurriéndosele a veces largas digresiones volvía al tema con una naturalidad tan propia, que la digresión desaparecía, resultando como una nece- sidad del mismo pensamiento. De modo tal discu- rría en ésto, que a veces, ni aun los más doctos se daban cuenta de dichas digresiones. Era preciso convenir desde luego, que poseía un arte en cierto modo natural, y que a veces la sola expresión de su semblante convertía. Aquella mira- da dulce, aquella modestia angélica, aquel conjunto de detalles que ponía en juego de orador y que reverberabán fulgurando sobre el hombre de Dios, (1) Nonne SS. Basilius Naziancemus, Cyprianus, Augustinus et Qua- niplurimi e missionariis pertinaciter studio incubuere, ut licet natura exi- mii dotati donis oratoriam autem artem magno laboreo sibi compararent? P. Hor, Ab Harlemo, 1. c. pág. 44. (2) 1 Thess. 1-5:
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