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— 120 — nunca repetidas y siempre nuevas. Desde el princi- pio hasta el fin se notaba en su predicación la mis- ma limpieza de expresión, la misma fuerza y exacti- tud en las palabras sin decaimiento ni flojedad, de tal modo, que obligó a decir a algunos que sus dis- cursos eran preparados con estudio y dichos de ma- nera mecánica con gran facilidad de memoria. No faltó curioso que con ánimo de comprobar este jui- cio o sospecha, luego de oirle hablar dos horas so- bre materias diferentes, le siguió a otro punto don- de predicaba también, por ver si repetía lo mismo. Vano afán... porque el bienaventurado hablaba ex abundantia cordis et mentis, nova et vetera, y trataba los mismos temas con una variedad pas- mosa. Cuando daba al clero sus conferencias o ejerci- cios era inagotable. Según convenía descollaba ahora como canonista, ahora como teólogo, ahora como filósofo... Ya se le veía remontar las cimas de la elocuencia y luego descender a profundidades de la mística más honda y oscura. Mistico consumado, o asceta experimentado, o escriturario seguro, era siempre orador en sus cabales, de modo que de sus labios brotaba de contínuo una fuente de elocuen- cia maravillosa con voz sonora y angélica general- mente, con gesto culto y acompasado en la exposi- ción, con arrebatado y ferviente celo en la correc- ción de los vicios, con frase comedida al reprender, dulce y candorosa al animar, docta al enseñar, fuerte y contundente al conminar; de tal manera,
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