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dea oa — 118— secretas, mereciendo por ello el sobrenombre de martillo de los sectarios. ¡Qué vehemencia! ¡Qué saber y qué elocuencia era preciso para imponerse y dominar a los impíos! Fué lo acaecido en aquella misión como el Prólogo y frontispicio de toda una labor de atleta, que Gaspar iba a realizar durante el curso de sus apostólicas excursiones. Es eviden- te que, al escoger Dios a una alma para empresas tamañas a las del Beato le otorga también los me- dios y aptitudes precisas para el fiel desempeño de su misión y esa es la razón del porqué se le ve a Gaspar tan colmado de dotes apostólicas, tanto en el orden físico como en el orden intelectual y moral, Aquella su estatura mediana sí pero apuesta y noble; aquellos cabellos rubios, como la espiga al madurar; aquellos ojos oscuros y chispeantes; aquella frente amplia y reveladora de un cerebro firme, y su cara redonda, su tez sonrosada, su aire gentil, limpio siempre y de continente decoroso... Con su temperamento franco e imperturbable en el obrar, respetuoso y sincero en el decir; sin conocer otro lenguaje que el de la verdad, ni sentir otro temor que el de Dios, ni tener otra aspiración que el de las cumbres celestiales... ¡El Paraiso!.. Despre- ciador de las inclemencias a pesar de su poca sa- lud; aguerrido y valiente en el trabajo... Todo era en él armonía de dotes y de condiciones para el ministerio a que venía predestinado. De su voca- ción al apostolado no se puede hacer mejor com-

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