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— 116— propagación de una devoción: tan insigne. Unió a todo lo que le dijo un argumento que es el ápice y ctra de la verdadera teología y del espíritu del ver- dadero apostolado. Dijole, en efecto, que ninguna cosa era mejor para que la doctrina fructificara que regarla con la sangre purísima de nuestro Divino Redentor. Por la misma razón estuvo siempre incólume en la defensa del título adoptado para su obra, aun cuando enemigos multiplicados con sarcasmos y críticas de mal género trataran de ridiculizarlo. Más adelante diremos con alguna extensión lo que se nos ocurre escribir atañedero a este punto, Bástenos por ahora enumerar, como a la ligera, que durante el pontificado de Pío VII hubo: anónimos dirigidos al cardenal Consalvi, Secretario de Estado, denunciando como un escándalo el que la Sangre Preciosa del Salvador se trajese tan en boca sin reverencia conveniente y a cuento de todo lo que se refería a la nueva Congregación de Misioneros. Se les imputaba a éstos como cierta especie de usurpación ¡legítima que cometían, apropiándose la Sangre de Jesucristo que para todos fué derra- mada; y todavía, fijindose en un detalle insignifi- cante para el caso, se decía que la cadena de metal dorada que llevaban en sus Crucifijos los Misione- ros, era otra usurpación de un privilegio que sólo correspondía a los obispos y que ellos, vanidosa y arbitrariamente lo utilizaban. A estas y otras imputaciones del mismo jaez,
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